Todo lo
malo que nos ocurre nos ayudar a valorar lo bueno que viene.
Una
visión optimista de los problemas, válida para alguno y frívola para otros
tanto.
Cierto
es que hay situaciones que no podemos controlar, que no dependen de nosotros y
vienen, en el momento más inoportuno el cual es SIEMPRE ya que no tenemos un avisador
de todo lo que nos rodea.
Y
cuando llegan, cada uno los asumimos como mejor podemos, sabemos o queremos.
Los afrontamos, huimos de ellos, nos enfadamos con el mundo y todo el que está
en él, con Dios, con Buda, con familiares y/o amigos; los asumimos, nos resignamos, nos enfrentamos a la nueva situación...
Todas son soluciones aptas.
Pero,
en ocasiones, nos gusta rizar el rizo y buscar conflictos donde tan solo hay diferencias
de opiniones, inseguridades, miedos o un mal día.
Durante
minutos, horas o días somos los reyes de la tragedia y el melodrama.
- Suspendí el examen cuando contesté exactamente igual que aquel que aprobó.
- Le han subido el sueldo a aquel que lleva dos años menos en la empresa.
- No me manda los mismos mensajes que hace dos semanas.
- Mi hermano mayor habla conmigo cada 3 semanas y con el menor cada 2.
- Se me ha roto el coche justo cuando más lo necesitaba.
- No me llama, no me llama, no me llama…
Ante
cualquiera de estas situaciones podemos llegar a hacer una película de serie B
cuyo argumento sería una conjura del mundo contra uno mismo:
- Suspendí injustamente
- Seguro es familiar de alguien de RRHH, o más propio, seguro que se acuesta con el/la jefe/a.
- Hay otra.
- No me quiere tanto.
- Me han echado un mal de ojo. Soy un desgraciado.
- Sigue habiendo otra.
No
aprendemos absolutamente nada, pero estamos increíblemente satisfechos con la
idea de que todas esas pequeñeces son fruto de la falta de comprensión que hay
hacia nosotros.
Existe
un proverbio árabe que dice: Si un hombre te dice que pareces un camello, no le
hagas caso; si te lo dicen dos, mírate al espejo.
Reconocer
errores propios no es sencillo pero ver en toda “diferencia” un complot contra
nuestra persona no es sano ni para nosotros ni para nuestro entorno.
Puede
que si dejamos de echar balones fuera aprendamos a superarnos, a reconocer nuestros tropiezos, a no perder el
tiempo esperando, a ser resolutivos, a dar importancia solo a lo importante.
Puede
que si dejamos de echar balones fuera el punto de vista cambie:
- Suspendí porque no me debí aplicar lo suficiente.
- Le han subido el sueldo porque se lo ha ganado.
- No me manda los mismos mensajes porque está más ocupado.
- Mi hermano habla menos conmigo porque siempre he sido más independiente.
- Ya estaba tardando en estropearse el coche! Demasiado que me ha aguantado 300.00 km.
- No me llama. Luego le llamaré.
Puede
que esta no sea la fórmula adecuada, pero quita piedras del camino. Y a fin de
cuentas, la meta es solo una sucesión de pasos, y sin obstáculos absurdos se
llega antes.
Lo único
que nos queda es simplificar y dejarse llevar.
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