Cada día tomamos decisiones
acertadas, erróneas, meditadas y a veces espontáneas. Y esas decisiones nos
convierten en nuestro yo de mañana.
Pero hay ocasiones en que parece
que no las tomemos nosotros. Sin preverlo
un día llega una fuerza motriz que parece que las tome por ti….o tal vez no.
Insistimos en ver casualidades,
en ver señales, en ver sendas….pero, hasta donde las creamos nosotros?
Un día recibes una llamada al móvil
de alguien que se ha confundido, ese día te has levantado amable y el señor X
se ha despertado sociable. Te has equivocado le dices.
Y ahí…empieza una conversación.
ÉL veranea en tu código postal,
tu vivías en el suyo…parece que los astros se hayan alineado para que debas
seguir hablando con él.
Y a medida que lo hacéis, se
crea una empatía, un feeling , un “algo raro” que os abre la curiosidad de
conoceros, así que decidís hacerlo porque…todo ha sido tan casual que quieres
descubrir si, tal vez, es causal.
¿Hasta donde hay que seguir esas
“señales”? ¿La curiosidad realmente mato al gato? ¿O le hizo encontrar una
salida de ese garaje en el que se había quedado encerrado?
Ambos lo tenéis claro, vais a
quedar por que hay que saber cómo termina esta partida en la que os habéis
visto envueltos. ¿Ganaremos? ¿Perderemos? ¿Quedaremos en tablas?
¿Sigue siendo todo tan casual? ¿O
lo estáis provocando vosotros? Si…de camino pinchas una rueda…¿también pensaras
que es una señal para que no vayas? ¿O dirás que ganar siempre es mejor cuando hay
obstáculos?
No hay más casualidades que las
que queremos ver ni más señales que las que queramos seguir.
Interpretamos las
circunstancias, las palabras y los gestos a nuestro antojo y los convertimos en
positivo o negativo influenciados por nuestro estado de ánimo, por nuestras
propias ganas de hacer un momento de tu vida algo interesante, o no. Y
decidimos hasta donde.
La curiosidad no mató al gato; lo
mató la caída de la ventana cuando encontró la salida, el arranque del coche
cuando él se escondió en el motor, la rueda de un coche cuando intentaba seguir
las líneas blancas, lo mató la vejez. Nunca la curiosidad.
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