Cada
paso que andamos, cada persona que conocemos, cada situación que se nos
presenta lleva a nuestro consciente a un pasado donde “algo similar” ocurrió. Y
la mayoría de las veces actuamos en consecuencia a como concluyó aquello que
pasó un día.
Si
acabó bien, damos por hecho que, esta vez, haciéndolo igual todo saldrá de la misma
forma. Si acabó mal, hacemos lo opuesto con tal de no volver a tropezar.
Pero…¿hay
fórmulas para no equivocarse? Y…¿es esa?
De
recién nacidos lloramos y obtenemos todo lo que queremos, somos grandísimos comerciales. De mayores ocurre lo mismo?
Pataleamos
porque no nos compran el helado de vainilla a las 9 de la mañana y…obviamente no
nos lo compran por la vergüenza que hemos hecho pasar a nuestra madre. Y
dejamos de protestar a la semana siguiente?
Conocemos
a una Jessica que nos tira del pelo y nos hace la vida imposible. Dejamos de
conocer a “Jessicas”?
Conocemos
al que durante unos años es el amor de esa etapa de nuestra vida en un bar.
Buscamos al próximo en el mismo sitio?
Nos
rompen el corazón una mañana porque otra “única” ha hecho que dejemos de ser “única”.
¿Damos por hecho que siempre será así?
Si esa
fuese la fórmula…vivir sería repetirse día a día.
Tal vez
eso que un día nos hizo tropezar es lo que al siguiente nos hace ganar.
Tal vez
perdamos oportunidades dando por hecho que fallará porque un día nos falló.
Puede
que no debamos asumir lo que sale mal como causa únicamente nuestra.
Nuestro
aciertos no siempre tienen que ser aciertos en el entorno; en ocasiones
nosotros también somos errores. Y no se trata de que seamos más o menos validos
o valiosos, sino de las expectativas ajenas.
Podemos
estar contentos con nuestro trabajo, pero no implica que nuestro trabajo lo
esté con nosotros. Lo mismo ocurre con las amistades, con las parejas y con
todo lo que compone nuestra vida en general.
De poco
nos sirve remitirnos al pasado para componer nuestro futuro, ya que, a fin de
cuentas, los factores nunca son los mismos (lugar, momento, personas…).
Tal vez
sea mejor dejarse llevar por nuestro instinto, hacer lo que consideramos
oportuno, decir lo que queremos decir, sentir lo que sentimos y VIVIR sin el
lastre de esos fallos, que a fin de cuentas, hoy puede que se transformen en
aciertos.
Puede
que la mejor fórmula sea, simplemente, no tener fórmulas y dejarse llevar...
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